lunes, 28 de septiembre de 2009

Pañuelo Palestino (El mundo es uno...)

Las últimas palabras fueron las primeras, las
únicas que debieron aparecer antes de comenzar todo como pasó.
Y es que las apariencias engañan y los adioses no son definitivos sobre todo cuando se hablaron de lunas y estrellas de invierno fríos, disparos y soledad.

Sobre todo cuando, después de todo, hubo un interés posterior en saber cómo pasaban los días desde mi óptica y cómo sucedían los acontecimientos desde tu trinchera:

los jueves de cena corta y largas miradas, las cortinas negras, el noticiario con faltas de ortografía y de razonamiento.

Las luchas diarias para que el mundo no nos erizara la piel más de lo normal.

Pero el tiempo siempre gana y nos tiramos al suelo para que alguien nos levante, como estrategia de ventas, o nos rechace. Dejamos que lo más obvio disuelva lo irracional y por eso modificamos los sentimientos, partimos la conducta, nos olvidamos de sentir y el olvido llega donde habita, donde se desarrolla.

Y por causas y azares, por debates de argumentos, por una confabulación incendiaria sucede por un momento la perpendicularidad momentánea de nuestras vidas, en el lugar y en la situación menos esperada y favorable: una fiesta a la que no debía asistir y tú serena sentada a un extremo del local, invitada por una persona que originó el encuentro mútuo.

La mirada obligada. El escutrinio familiar de tu mirada. Tu mirada queriendo evadir, pero recordar. Las canciones, las promesas, el manejo de los rabillos del ojo. El día de la cosecha, la Navidad...

El mundo es un pañuelo palestino. El final es siempre igual.

jueves, 24 de septiembre de 2009

De cierto, desierto digo.

No. El desierto es el ecosistema más rígido y extremo que existe. El calor amolda los cuerpos, los enjuta y agolpa sus sentidos en un letargo vaporoso. El sudor corriendo por la espalda. La resequedad de la boca y la transpiración excesiva. El asiento del auto hirviendo. Los golpes helados del clima cuando entras al centro comercial y la garganta y la nariz se convierte de cartón y duele cuando el oxígeno refresca las membranas. Los ojos lapidarios.




A lo lejos el mar.




Por carretera, el paisaje arenoso es moteado de verde por alguna vegetación que no se resigna a perecer ante el sol y la falta de agua. Lo cerros resecos revelan sus formas rocosas, milenarias y constantes ante los ciento ochenta grados de tu visión que se achica por el viento que te pega en la cara y una lagrimita humedece la mejilla izquierda. El termómetro en el carro marca cuarenta y dos centígrados. Road House Blues contrasta con Esclavo y Amo en el random del cd player. Algunas veces, a lo largo de la ruta que divide una población de otra y de otra más que está pegada a la única estación de trenes de la región, ese aparato de alguna forma enigmática predice el inicio y el final de las horas; indica lo que pasó y la solución a muchos problemas laborales y personales; hace que no olvides el resto del tiempo que permanece ocioso mientras el auto acelera y frena, cambias luces y refleja los tonos agridulces del atardecer.


Cada vez más cerca el mar.


El desierto podría morir donde inicia el mar.

En un punto del mundo, ambos se complementan.

Se detiene el tiempo.

Los últimos rayos del sol se esfuman como la espuma del mar en mis
pies...

De cierto, Desierto digo... Estaba yo ahí.



sábado, 12 de septiembre de 2009

Ultima posición.

Cuando no era más grande de lo que ahora soy, me descubrí en una competencia de natación en un club deportivo. Mi cuerpo rollizo era de lo más torpe, aunado a la fatalidad de ser el niño querido de mamá y al asma eterna que no me deja ni me dejará. Estaba con mi Speedo azul en el trampolín de salida. Realmente había demasiados competidores que nadaban como el pez espada lo hace. Al momento que el señor de sombrero disparó la salva, pude ver que todos salían con gran agilidad y velocidad. De inmediato cerré los ojos y me lancé a la alberca con la panza por delante. Sentí un ardor tremendo que sólo se desvaneció cuando empecé a mover mis brazos y mis piernas descompasadamente... Los chicos llegaron rápido al otro extremo de la alberca. Uno de ellos, en el carril de la extrema derecha, sufrió de calambres y desistió a media competencia. Llegué a la meta con grandes trabajos. De alguna forma me sentí bien al no llegar en última posición. El competidor lloraba desalentado. De alguna forma esa fue una victoria en un cuadro de derrota. Mi hermana mencionó que había llegado en penúltimo lugar... "No, carnala. Llegué en quinto...." y al decir eso me sentía bien... Los últimos serán los primeros...


Estos días han sido de última posición. He tenido el peor de los estados mentales y he tenido que lidiar con eso. He recordado las palabras que me han signado el alma y he rechazado ser la consecuencia de lo que son mis propios miedos, que principalmente se reducen a esta frase I don´t want to be a person with "L" in his forehead.

Aunque el adagio diga que seremos de lo primero lo último.
Aunque las palabras y el dinero se desgasten en conexiones estériles.
Aunque la pintura del baño necesite cambiarse.
Aunque no haya ganas de salir al sol.
Aunque no haya ganas de bañarse en el mar.
Aunque no haya medias tintas ni sombras completas.
Aunque los ojos no sientan, ni la piel recuerde.
Aunque los meses pasen y las fechas de largo sigan.
Aunque las promesas se rompan.
Aunque el motivo no sea suficiente.
Aunque las firmas no valgan.
Aunque el mundo se caiga a pedazos...
Siempre habrá una última posición donde refugiarse después de que no hay mas nada y el color oscuro llene lo soleado del día. Más allá, nada.