La experiencia dejó a Alex cansado de la vista y un odio temeroso a las gotas para los ojos. El tenedor para comer le parecía la peor de las armas letales del planeta. Sus drugos estaban más lejos que cerca y el fastidio de su fibra más sensible se arremolinaba como un ciclón en su cabeza. Habían pasado imágenes por su vista en una pantalla cinematográfica durante semanas. La técnica Ludovico estaba dando resultados positivos. Finalmente, su terrible adicción podía ser tratada y curada.
Alex una de esas noches soñó. Ese era un evento raro porque la narcolepsia producida por la leche de korova con drencom suministrada a su organismo buscaba un knock out a sus sentidos, pero esa noche se abrió una rendija de la ventana química acondicionada a su mente:
Alex caminaba sólo con su traje blanco, bastón y bombín por una calle repleta de casas como palomares. En una de ellas salía música con ritmo minimal y retumbante de bajos. Se acercó a un portal y viò a devotchkas con atuendos disímbolos y drugos turgentes y de peinados más alisados. No era un mundo como el suyo y supo muy bien que era un mundo paralelo. De repente pasaron a su lado varios chelovecos con la gullivera cubierta cargando fusiles y descargando metralla dentro del local.
Lo que Alex percibió en este mundo paralelo le descubrió el lado más irracional de la violencia. De repente a su mente vinieron imágenes de caníbales devorando carne humana en un literal rio de sangre hirviendo. Sintió terror.
Por un momento, Alex agradeció estar soñando. Una lágrima mojaba su almohada cuando se despertó literalmente exaltado. Su afición a la ultraviolencia era un juego de niños, eso iba demasiado lejos a todo concepto mental.
Alex estaba curado. Ludovico había triunfado.
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Estimados lectores, esta es mi ejercicio de regreso a Metatextos.
Este fue escrito en un camión de Chihuahua a Ciudad Juarez con un mareo letal y tecnología 3G.
Cómo evolucionamos y el mundo no...
Agredezco a Kubrik y Burguesse por la colaboración onírica.
Amor.
Paz.
L.Mario
Una rápida mirada a un saco de huesos de más de treinta que ha vivido toda la gama de consistencias y texturas que ofrece la vida
jueves, 18 de febrero de 2010
jueves, 11 de febrero de 2010
Solo universo.
Alejandra ya estaba acostumbrada a sentir el vacío de la habitación a las 11:45 de la noche. Las manecillas del reloj de péndulo empezaba a recorrer el último tramo de tiempo-espacio del día. El número en el calendario se desdibujaba y se transformaba en otro de díigito superior. Algunas veces, cuando la luna y sus fases lo permitían, ella acercaba el taburete del peinador hacia la ventana y se sentaba a obsevar el paisaje suburbano, el vestigio de la presa seca refeljando en algún charco rebelde las luces de la planta porcícola y su hedor característico. Esa parte de la ciudad era dividida por un gran cerro y ella vivía en el lado más desolado. Estaba afuera de la ciudad sin estar. Dominaba desde su vista el tránsito rápido de los camiones de pasajeros y los traileres cargados de gasolina, de víveres o de maquinaria para el campo. De alguna forma esa vista le recordaba la ventana donde dominaba el mar de esa ciudad porteña donde nació por un accidente geográfico y donde se vio obligada a vivir por diferencias familiares a cargo de los abuelos. El mar, como en esa noche, brillaba de forma singular y de alguna forma el paralelismo le provocaba cierta ternura al ver las luces a lo lejos, como los barcos en época de pesca. El malecón colorido y la playa a pocos kilometros. El tiempo de verano y las quemaduras por exposición al sol. El carnaval cada vez más loco y ajeno a las cosas que mencionaba su Pastor en la Iglesia. La afición cautivadora a la lectura de la verdad, la única verdad. Pensó, en esa noche, que no había ejemplo de soledad más grande que un solo universo. Ni siquiera la soledad del mar que es acompañada por una inmensidad de algo. El universo es solo y nada más. Es el juicio más alto en la lógica humana.
La noche invadía otra vez en su mente el pensamiento de abandono. El mar no reflejaba las luces, los barcos salían poco de pesca. El tiempo dividido y una larga sequia seguida por un año de inundación cambiaban los estados de ánimo. Y él se había ido. La sensación y el universo le ponian tinta a su pluma especial y recordaba y escribía poemas a los que pocos tuvimos acceso. La rabia mostraba su lado más tierno: unos ojos implacables mirando al horizonte. Y ella ya no era ella, era el tirón que producía un esalofrío en su cuerpo y movía la máquina de articular palabras y escudriñaba su mente hasta dejarla sin palabras, en forma de poesia y afirmaba que su nombre lo tenía un país del mundo. País del universo.
Pocos lo pudimos ver. Pocos la podemos leer.
La noche invadía otra vez en su mente el pensamiento de abandono. El mar no reflejaba las luces, los barcos salían poco de pesca. El tiempo dividido y una larga sequia seguida por un año de inundación cambiaban los estados de ánimo. Y él se había ido. La sensación y el universo le ponian tinta a su pluma especial y recordaba y escribía poemas a los que pocos tuvimos acceso. La rabia mostraba su lado más tierno: unos ojos implacables mirando al horizonte. Y ella ya no era ella, era el tirón que producía un esalofrío en su cuerpo y movía la máquina de articular palabras y escudriñaba su mente hasta dejarla sin palabras, en forma de poesia y afirmaba que su nombre lo tenía un país del mundo. País del universo.
Pocos lo pudimos ver. Pocos la podemos leer.
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