Hoy, casualmente, soñé que volaba con las alas de Ícaro, pero no me acercaba al Sol. Más bien, disfrutaba lo que iba haciendo: piruetas, vuelos en picada, espirales y flechas. Lo gozaba como nunca. Era tanta felicidad que estaba en el entendido que no podía ser eso más que un sueño. Era un experiencia de libertad plena demasiado completa e intensa.
Al despertar, las mismas cosas de siempre: un calor infernal, un reloj inaplazable y una cita con la regadera, el jabón, el rastrillo; la plancha y el desayuno; las llaves y el auto.
Hoy, casualmente, tuve un asunto que resolver el cual me encadenó a mi escritorio un largo rato y no me acerqué para nada a la ventana de mi oficina. Recibí un para de llamadas de gente gris sorteando hábilmente sus reclamos y las condiciones risorias que me querían imponer en la manera que manejo mi función. Descubrí la falsedad de ciertas relaciones y que uno solo lo es todo y debe salir adelante.
Al terminar, las mismas cosas de siempre: un escritorio repleto de papeles, una taza vacía, una computadora inquisidora y una foto con la más dulce de sus sonrisas.
Llegar con Sol y salir de noche. Gritar al vacio. Escribir lo primero que se venga a la mente. La
vida es sueño y el despertar es morir. Es el viaje que no tiene regreso porque el boleto se ha perdido. Es la bola de helado que se cae al suelo y te mancha los zapatos. Es despertar con la esperanza de que acabe el día para volver a dormir y, casualmente, soñar que se vuela con unas alas prestadas...
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