viernes, 17 de agosto de 2007

NO ESTAMOS SOLOS

Es simple. Y además es una neta universal: NO ESTAMOS SOLOS (AUNQUE QUERAMOS).

Imagínese, amigo mío, una especie de escenario al estilo de Allien El Octavo Pasajero, donde la joven actriz Signourey Weaver caminaba por las calles de una ciudad, la cual no recuerdo pero me imagino que ha de ser Nueva York, totalmente desierta. No había nadie. Todo estaba vacío...


La verdad debo de confesarle algo, antes de seguir. Cuando mi padre (Don Luis para usted) compró nuestra primer Videocasetera Sony Betamax en Tepito (ja!), también adquirió una copia de dicha película. Recuerdo que era un domingo cuando, con gran habilidad, instaló al televisor de selector que estaba en la minisala del departamento donde vivíamos, y nos dispusimos a ver la película en cuestión, con palomitas y todo el show. El espectáculo no se hizo esperar al final de la función...

... mientras que ella corría y no veía a nadie. -No puedo creer que esté ella sola en el mundo! - No puede ser que no haya nadie en la calle, si son millones de personas las que habitan ese lugar. Mis pensamientos fueron llevándome a lugares lúgubres e intensos donde ya no era ella quien corría sola en el mundo; era yo quien ahora sorteaba el vacío de la sensación de soledad. Si. Estoy solo. Estoy solo y me orino en la calle y no hay rollo porque estoy solo.

Después de ver la película, realmente me sentí solo. Tan solo estaba que al día siguiente fui a la escuela y me sentía el niño más solo de la secundaria. En la clase de Ciencias Naturales sufrí un quiebre: algo se rompió de repente y salí corriendo del salón, mientras Fidel, Sandino, Daniel, Juan Carlos, Teresa, Jezabel, Maribel y la maestra Lupita me miraban muy extrañados. Ese golpe de soledad lo sentí más en el medio del pecho y no me dejaba respirar. Lloré como nunca y la prefecta me llevó con la enfermera, primero, y luego con la orientadora. ¿Qué tienes?... ¿Te pasó algo?... ¿Te pegan tus padres?... ¿Usas drogas?... Nada, señorita. No me pasa nada. (y en mi mente la imagen de la mujer corriendo en una ciudad vacia) Bueno.. si me pasa... me pasa que un día todo se va a terminar y yo voy a estar solo en el mundo. Yo solo... La señorita se me quedó viendo con una cara de extrañeza y yo ya no estaba ahí, estaba sólo en el mundo.

La enfermera fue la que me dijo, es que estás creciendo y estas sintiendo muchas cosas nuevas. Y era cierto, porque no hacía mucho que mi abuelo paterno había fallecido y además no hacía mucho que había pasado lo del terremoto del 85, donde estuvimos tres meses sin escuela y durmiendo todos los días en la sala del depa por si las dudas. Una etapa de grandes cambios.

Al final de cuentas, mi madre (Doña Meche para usted) asisitó al obligado citatorio con la señorita orientadora para ver este asunto de soledades y de carreras. Pues nada. La conclusión fue la misma: No estás solo... Me tienes a mí que soy tu madre... Fin de la cuestión.

Ese sentimiento de soledad acompañada, me hace escribir en este espacio. Ya más de veinte años de ese suceso y me doy cuenta que se cumple la neta universal. No estamos solos. Hemos dejado las migajas por el camino de la vida y hay algo o alguien que las viene siguiendo. Algo o alguien quien, además, las va digiriendo y las va haciendo suyas, le pertenecen ahora. Por eso, mi distinguido amigo, no estoy solo. Ni usted tampoco lo está (otra neta universal); aunque algunas veces lo necesite, siempre hay alguien quien quiere estar con usted. Analícelo y verá.

Este instrumento de comunicación tan impersonal y frío, nos hace estar solos acompañados. Me atrae la idea, excepcional amigo, que usted pueda leer estas líneas y que se identifique o no con ellas. Lo que importa es que ahora hay un espacio donde registrar el paso de estos años, y así pensar que al menos en este submundo seguimos, tanto como usted y como yo, siendo participes de múltiples transformaciones y que puedan quedar registradas en alguna parte como los registros contables de nuestra vida.

No estamos solos.

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