jueves, 26 de marzo de 2009

Referencia a un cuarto oscuro

Definitivamente el proceso de descubrir que ciertas sustancias químicas reaccionen sobre alguna materia y dar paso a lo que se llama fotografías fue, definitivamente, algo que pasó del conocimiento mágico a una realidad latente y científica.

Aunque los tiempos han cambiado demasiado, algunos fotógrafos prefieren la fotografía tradicional que a la digital. Sobre todo al uso y manejo del cuarto oscuro.

En el cuarto oscuro debe haber una ausencia de luz tal para que no se vea afectado el proceso de revelado de las placas fotográficas. Se debe trabajar a oscuras; y eso lleva a un conocimiento bárbaro del lugar, su lay out y una tremenda intuición para que el resultado sea preciso.

De alguna forma, estos días son de cuarto oscuro.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Línea Recta

I.

Cualquier control, por efectivo que parezca, siempre tiene una debilidad – pensaba Librado que, de alguna forma, el asunto no le parecía novedoso. Una y otra vez realizaba la misma prueba, revisando los movimientos en los papeles contables. La falla no era evidente y resultaba sencillo y poco notorio tomar aquellos fondos, abrir una cuenta bancaria con documentos falsos y disfrutar la tranquilidad que el trabajo nunca pudo otorgarle. Con cincuenta y pico de años en la espalda, sabía que su fin laboral estaba cerca después de más de dos décadas de analizar cuentas. Sabia, además, que ya era el tiempo adecuado: una vida completa dedicada a salvaguardar los activos de la empresa y todo para estar a punto de ser sustituido por alguien más joven (Sangre nueva,Librado. Sangre nueva). Lo había soñado una noche antes: ¿Sabes lo feliz que es la vida gastando unos verdes por el placer de hacerlo? ¿ Sabes lo que es dejar de ser gris?- Verónica preguntaba sentada al piano mientras tocaba el Allegro deciso del Concierto No. 2 de Franz Liszt. Fue una señal. No lo pensó dos veces. Aún no estaba convencido, pero considero el evento como profético

Jamás pudo olvidar la tarde soleada cuando restregó su renuncia en la cara de Jacinto Corcuera: ¡Vete a la mierda! ni el bloqueo del dolor en la espalda provocado por los puntapiés que el guardaespaldas en turno le aplicaba, ya en el exterior de la empresa.

-¡Te vas a arrepentir, pendejo!- gritaba.
- Todos nos hemos de morir algún día. ¡Pega más fuerte, pinche animal!


II.

Los primeros días fueron extraños. La rutina y la costumbre (el primer café amargo de la mañana, el cigarro en el baño, las piernas torneadas de la asistente de Jacinto) eran más fuertes que el descanso obligado. Después, ese letargo le parecía mágico, hasta enigmático. La fuerza de la hueva… lo decía y una sonrisa amarga se dibujaba en su cara. Un día, al levantarse temprano para el jogging, vio un papel pegado en el portón de su casa. “LO SABEMOS TODO, LIBRADO…TE VA A CARGAR LA CHINGADA”. Inmediatamente, observó la soledad de la calle y sintió miedo. Su primer impulso fue hacer maletas y escapar. Pidió un taxi, alistó los documentos y se dirigió al aeropuerto. Alguna vez pensó en huir cuando era joven, pero el sentimiento de pertenencia a su mundo confortable lo impidió. Esta vez sentía lo mismo y hacerlo era cuestión de vida o muerte, pero ¿A dónde escapar? El cono sur le pareció la mejor opción.





III.

La noche en Buenos Aires, la majestuosidad del Teatro Colón, Fallstaf de Verdi, la lluvia y el reflejo de las luces sobre la atmosfera enrarecida le pareció un juego divino. Eran pocos los días que había disfrutado y recordó a Verónica cuando le describía lo maravilloso de Constitución en el subte. Se sentía como pez en el agua. Era tarde cuando, avanzando su automóvil por la General Paz, tuvo una visión. Un presentimiento. Recién llego al departamento, dejó el abrigo y su eterno portafolio en el living y entró al baño. Sentado en la taza, pudo intuir lo que iba a pasar. Sonó el teléfono y no contestó. Se levantó, jaló la palanca, lavó sus manos y fue directo a la recámara. Del cajón sacó el revolver y regresó al living. Las cuatro de la mañana lo descubrieron con su vista puesta en la puerta. Entre el sueño y la vigilia escuchó el giro de la perilla. Levantó el arma y apuntó.



IV.
- ¡Te dije que te iba a cargar la chingada! Ni siquiera sabes a quién le robaste el dinero, imbécil- sentenciaba Jacinto.
- Si. Si lo sé, pero corrí el riesgo. Sí la pistola no se hubiera encasquillado, ten por seguro...
- ¡Cállate! Tienes que pagar el precio. Tienes que decidir cómo quieres que eso pase.

Un silencio. La sangre en la nariz le impedía respirar por completo. El sabor férreo en la boca y una gran decepción hizo que eligiera la manera de terminar con todo.

- Dispara…

Al momento que el tiro de gracia entraba en el medio de su frente, la última luz en sus ojos le recordó la noche que vio el resplandor de la luna llena reflejándose sobre el Mar del Plata, mientras tiraba al agua las cenizas de Verónica lentamente.

Y sonrío.

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Un refrito. Escribí esto para Desperdicio de Letras. Pronto volverá a la circulación.
Así como mi vida y mis ideas un poco oxidadas.
¿Se habrá inventado el lubricante de mentes??

Saludos mis lectores desaparecidos.

Revista Contenido. Febrero 2001

Transcribo una entrevista que le hicieron en el 2001 a mi abuela María del Carmen referente a los años en que trabajó en el famoso "Palacio Negro", mejor conocido como Lecumberri. Dejo la historia...


Yo fui celadora en la penitenciaría de Lecumberri.(México)


COPYRIGHT 2001 Editorial Contenido, S.A. de C.V.
Con todo y que derrocha simpatía, la veracruzana María Zamudio --una septuagenaria madre de 3 hijos, abuela de 7 nietos y bisabuela de 2 bisnietas-- no habla con cualquiera sobre los 9 años que trabajó como celadora en la penitenciaría de Lecumberri, al oriente del DF. En el llamado "palacio negro", donde hoy se guarda el Archivo General de la Nación, los cuidadores tenían peor fama que los presos. Por eso cuando a la mujer le preguntan sobre su pasado dice vagamente que entre 1965 y 1974 se ganó la vida como pudo. Sin embargo, venció sus reticencias y narró a Contenido algunas de sus experiencias de esos años. En 1963 mi esposo, que era oficial de la Armada, acababa de abandonarme dejándome a cargo de nuestros hijos. Ese año vine al DF a pasar Navidad con mis hermanos radicados aquí y ellos me convencieron de que no tenía caso volver a Veracruz. Primero viví en casa de una hermana pero después me independicé: con dinero que me prestaron mis parientes renté un cuarto en San Isidro, cerca de las Lomas de Chapultepec, y por varios meses me mantuve cosiendo ropa para unas señoras del rumbo.


Una mañana en que volvía de hacer compras en el mercado de Tacuba, en el camión hice plática con la viuda de un coronel. Ella trabajaba en Lecumberri y cuando le dije que la costura apenas me dejaba para mantener a mi prole me sugirió que fuera a pedir trabajo en ese lugar, donde no pagaban mal. Así que al día siguiente fui hasta el edificio de la cárcel, conseguí que me recibiera en su oficina el general Martín del Campo --en ese tiempo director del penal-- y él dispuso que me contrataran. Un capitán a quien apodaban "El Guanaco" me llenó la solicitud e imprimió mis huellas digitales en un expediente; después me tomaron una foto para la credencial, me uniformaron... y ya.


Al principio me inquietaron los gritos de "¡alerta!" que cada cuarto de hora daban los vigilantes que estaban en el puesto de entrada, pero eso no fue nada comparado con la impresión que me llevé cuando vi las crujías. En la "A" estaban mujeres y hombres que no habían sido aún clasificados; la "B" Mojaba a delincuentes primerizos; la "E", a rateros reincidentes; la "L", a defraudadores; la "F", a viciosos; la "O", a presos políticos y en la "D", había asesinos peligrosos.


Lo difícil fue habituarse Con los días me acostumbré a la rutina de trabajo: llegaba, me ponía el uniforme, iba a desayunar, me formaba con las demás celadoras y ahí a cada quien nos asignaban una labor. Por varios meses a mí y a otra compañera nos tocó vigilar la entrada de visitas en la puerta 2, donde revisábamos que los familiares de los presos no introdujeran artículos prohibidos. Aquellas revisiones eran repugnantes: encontrar postizos para el busto o toallas femeninas rellenas de marihuana era cosa de todos los días. Cada vez que descubría a una mujer tratando de meter "yerba mala" mi compañera la entregaba a los responsables de la guardia; yo, en cambio, hacía como que no había visto nada. Nunca me gustó regañar a nadie; total, cada uno sabe por qué hace las cosas, ¿no? A veces me ofrecían dinero para que me hiciera de la vista gorda a la hora de las revisiones. Una señora que llevaba una faja llena de pastillas me ofreció 1,000 pesos de aquel entonces si la dejaba meter su "mercancía". La turné con un superior, para no comprar problemas.


En la penitenciaría conocí a personajes importantes de la vida nacional. Entre ellos a un tal Espinosa, que había participado en la campaña presidencial de José López Portillo. Solía aconsejarme: "Jarocha, ésta no es una chamba para ti; mejor busca trabajo en el DDF". Pero yo no era secretaria ni nada, así que ni modo. También me enteré de cómo se cometieron varios de los delitos más sonados de aquel tiempo, como el de la mujer del columnista Carlos Denegri, quien en 1970 había matado a balazos a su marido porque la trataba mal. Se llamaba Linda y fue puesta en libertad pronto, porque intercedió la entonces primera dama, María Esther Zuno de Echeverría, quien también ayudó a la chica que mató de un tiro al hijo del secretario general del Sindicato de Cinematografía, Jorge Baeza; ella aseguraba no acordarse de haber cometido el homicidio.


Pura buena gente


Entre los "huéspedes distinguidos" que conocí en Lecumberri recuerdo especialmente al cantante Rigo Tovar (quien estuvo un tiempo recluido en la crujía "F", por consumo de drogas) y al general Humberto Mariles (medallista de oro en equitación en las Olimpiadas de 1948 y preso en 1964 por asesinar al albañil Jesús Velázquez). Otro personaje memorable era un hombre rubio, alto y bien parecido, a quien los demás reos llamaban "El Remington", encarcelado porque había matado a su mamá golpeándola con una máquina de escribir. Él fue jefe de cocina hasta que una vez, junto con 2 cómplices, planeó escapar tomando como rehén al entonces director del penal, el general Francisco Alcorte Franco, a quien le puso un cuchillo en la garganta para que mandara abrir las puertas del edificio. Alcorte logró zafarse y ayudado por varios custodios sometieron al "Remington" y sus compinches.


También conocí a un colombiano acusado de homicidio y tráfico de drogas, que se la pasó tocando la guitarra y cantando hasta que consiguió que lo defendiera "el hombre del corbatón", un abogado de oficio muy ducho en asuntos de leyes. El alegre delincuente pagó una fianza de 3 millones de pesos, salió libre y nunca más volvió a poner los pies en Lecumberri.


Contra lo que suele pensar la gente, los reclusos del "palacio negro" se bañaban regularmente y usaban uniformes muy limpios. El único sector donde se veían personas tristes y desaseadas era el de siquiatría, donde estaba, entre otros, el célebre criminal Higinio "El Pelón" Sobera de la Flor, que intentaba violar a su madre y su hermana cada vez que iban a visitarlo. Los pobres locos comían en el suelo, como perros, y andaban siempre con las batas destrozadas, porque la ropa nueva que les daban la hacían trizas en seguida. Goyo Cárdenas, "El estrangulador de Tacuba", era el encargado de recibir las prendas. Siempre tuve dudas de si era cierto que no recordaba haber ahorcado a sus víctimas, porque cada vez que yo desanudaba frente a él las bolsas de ropa, hacía restallar las cuerdas y veía cómo se ponía rojo. A mis compañeras que me decían "no seas mala", les respondía: "no es maldad; nomás me intriga saber si se acuerda o no".



Otro criminal famoso fue un muchacho que asesinó a 2 ancianos en Las Lomas y fue a parar a Lecumberri. Los familiares de las víctimas pagaron a unos reclusos para que lo mataran, pero la verdad es que se les pasó la mano: lo violaron, le sacaron los intestinos y murió en la enfermería, después de sufrir durante horas. Encuentros cercanos Un hombre que me impresionó por su dureza fue "El Cambray", quien tenía acumulados más de 100 años de condena y nunca recibió visitas. Era un secreto a voces que se dedicaba a matar por encargo dentro de la cárcel. Entre las mujeres había varias presas acusadas de robar abrigos de armiño en tiendas de México y Estados Unidos, así como una que resultó ser hombre: se trataba de un joven ratero de autos llamado Roberto, que intentó fugarse vestido de mujer, con maquillaje y zapatos de tacón, como si fuera una visitante de salida. Cuando lo descubrí, me dijo "ándele, jefecita, deme una oportunidad". Le contesté: "te la daría con gusto; pero luego luego se te nota que eres varón; ve nomás los cañones de la barba". Llamé al comandante de guardia y lo regresaron a la crujía, donde como castigo lo dejaron 24 horas vestido de mujer. Después, cada vez que pasaba cerca de él murmuraba quién sabe qué tanto. Años más tarde me lo encontré en la glorieta del metro Insurgentes. Me dijo que había cumplido su sentencia y me dio un abrazo, pero igual me puse muy nerviosa, porque muchos presos liberados descargan su odio en los custodios. A una ex celadora que se encuentra con un excarcelado no le queda más remedio que ser amable, desearle suerte y encomendarse a Dios. De vez en cuando me cruzo con algún teporochito que estuvo encerrado, pero esos me echan el brazo encima y me dicen: "jefa, qué gusto verla; usted sí que no ha cambiado nada".


Trabajar en Lecumberri me dejó algo más que el trato con criminales: por ejemplo, pude comprar una de las 30 casas que el presidente Luis Echeverría asignó para las celadoras en la colonia Ejército Constitucionalista, en Iztapalapa.


Después de renunciar a la prisión, el edificio fue convertido en Archivo; en los años siguientes trabajé de albañil, limpié casas y hasta tomé un curso de taquimecanografía que impartían en una academia de mi colonia. Ahora, a mis setenta y tantos años y recuperándome de una trombosis que me tuvo 16 días en el hospital, no me decido a quedarme en mi casa sin hacer nada. Soy como los muros de Lecumberri: difícil de tumbar.
COPYRIGHT 2001 Editorial Contenido, S.A. de C.V.



miércoles, 18 de marzo de 2009

Me quedo aquí, sentado.

Me quedo aquí, sentado. Y no es una opción; es una necesidad:
aquella que sobrepasa el equilibrio de las cosas y más por el cansancio y el hastío
que por el ansia de andar a un lado del camino, tratando de encontrar el acotamiento de la ruta.
La pluma ya no tiñe las hojas blancas de manchas de tinta.
Se ha quedado vacía.
Se ha quedado fuera en un punto como el sol que tarda en amanecer.
Los añiles y la inevitable baja de temperatura te encuentra dándole vueltas
a lo que no tiene ni pies ni cabeza.
La resaca de lo que no has bebido y lo pastoso en tu boca.
El fuego ha hecho que te levantes de esta cama rentada y que observes una vez más
la circunferencia en el centro de la parte más alta de la habitación.
El insomnio llega.
Por un segundo no recuerdas en cuál ciudad estás.
Añoras el calor y la sensación de las mismas sábanas de tu cama, pero estás lejos.
En algún piso, alguna señal, trae a tus oidos esta canción:

"Nobody Home"I've got a little black book with my poems in I've got a bag with a toothbrush and a comb in When I'm a good dog they sometimes throw me a bone in I got elastic bands keeping my shoes on Got those swollen hand blues. Got thirteen channels of shit on the T.V. to choose from I've got electric light And I've got second sight I've got amazing powers of observation And that is how I know When I try to get through On the telephone to you There'll be nobody home I've got the obligatory Hendrix perm And I've got the inevitable pinhole burns All down the front of my favourite satin shirt I've got nicotine stains on my fingers I've got a silver spoon on a chain I've got a grand piano to prop up my mortal remains I've got wild staring eyes I've got a strong urge to fly But I've got nowhere to fly to Ooooh Babe when I pick up the phone There's still nobody home I've got a pair of Gohills boots And I've got fading roots.

La misma sensación...
Sequía de información.
Adios.

jueves, 5 de marzo de 2009

1:58 a.m.

Tomo el hilo de la historia. Pincho el globo y salen las ideas desparramándose como el confeti en día de carnaval: historias multicolores y dominantes. Escribo como nunca antes lo hacia. ¿Serán los años que han pasado? ¿Será que se cumplió el viejo adagio que decía "Tienes que vivir para escribir"?... No lo sé. La historia ahora toma diversos matices. Entiendo lo difícil del trabajo de edición de las películas; de alguna forma es la carretera que toma la trama para transmitir el efecto literario traducido al efecto visual. Me impresionó un ejemplo de ello en Slumdog Millionaire, cuando corren dos escenas paralelas: la de la pregunta final motivo central de la pelicula y el sacrificio del hermano del protagonista de la historia. De alguna forma, esas son gasolinas que impulsan mi motor creativo. Recuerdo hace veinte años que desde la azotea de mi casa se escuchaba claramente un concierto de Soda Stereo. En esos momentos, escribí mi primer cuento : Aquella Tarde .

Corrijo el primer capítulo. Voy lento, nadie espera este trabajo. De hecho, durante mi vida me he acostumbrado a entregar trabajos inmediatamente, atendiendo la prisa y la urgencia. Es raro. Perdí el encanto de pensar que mis escritos, mis canciones, mi banda, mi talento sea masificado. Hubo un momento que ese fue el aceite de mi motor. Ahora, la sensación es igual a la de un refresco que se le ha ido el gas por estar tanto tiempo encerrado.

Hay días en que no puedo hacer contacto con nada. Días que preferiría que pasaran rápido. Días en que prefiero quedarme callado y escuchar mi entrecortada respiración. Son días de asma e imprecisiones. Días que marcan el final del proceso y el inicio de otro. Días que se convierten en madrugadas en vela.

Hace rato escuché un disco de Pedro Infante y Javier Solís. Es el mismo que compré cuando hubo la primera ruptura de mi esquema de vida. ¿Dista mucho esa sensación de ésta? Es hora de salir del fuego y funcionar.


Negrita, te dejo esta canción.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Sólo dos cosas al respecto.

1. Si. Me duele, pero es más dolorosa la suposición.
2. No lo vuelvo a hacer.

Dejo a Fito que hable por mi.
http://www.youtube.com/watch?v=9Cw0b1oeRyU
http://www.youtube.com/watch?v=T4MWcoaDNxE

Yo sé que pudiste conocerme mejor
no sé qué pensaste, fue una extraña decepción
no lo hagas, no lo hagas
cuando me cai me diste todo tu amor
cuando me solté no me tuviste compasión
no lo hagas, no lo hagas.
Esta es una triste canción
sigue dando vueltas el sol
si escuchas esto por ahi
quiero saber de vos
si escuchas esto por ahi...
Yo también dejé mis fotos en un cajón
todos somos presas del asombro y el terror
no lo hagas
baby baila, baby ven
deja el rencor
si no quieres o debes, sólo dimelo
no lo hagas, no lo hagas.
Este es mi jardin, donde vuelan los mares
este es mi jardin, estate aqui no hay dos iguales
entra a mi jardin, cuando entras no sales
entra a mi jardin, esa nena no es un angel
entonces vas a ver...
Este es mi jardin, toma un baño de sales
este es mi jardin, ella es Bibi, él es Pier Paolo
entra a mi jardin, nadie tiene la llave
entra a mi jardin, las parejas son impares
entonces vas y vas a ver.
Esta es una triste canción
sigue dando vueltas el sol
si escuchas esto por ahi
quiero saber de vos
si escuchas esto por ahi.

Algo se detuvo en punto muerto y fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor restos de un navío que encallaba yo te quise, yo te amaba no se bien lo qué pasó
Cuando los jazmines no perfuman cuando sólo vemos bruma cuando el cuento terminó
Todo nos parece intranscendente no es cuestión de edad o de suerte de esto se trata el amor
Tengo que correr, tienes que correr a toda velocidad a toda velocidad ....Veo tus pupilas descubrieno un Chagal en el invierno, creo del ´83 yo estoy a tu lado revolviendo, ordenando libros viejos que leí pero olvidé
Besos de tu madre en el teléfono y la lluvia es un espejo que me ayuda a verte bien oigo tu sonrisa que ilumina el estudio y la cocina entre las copas y el café
Tengo que correr, tienes que correr a toda velocidad a toda velocidad ...
Sabe amargo el licor, de las cosas queridas se acabó lo mejor, quién nos quita esta herida tu me pierdes a mí yo te doy por perdida es la hora de huir, la despedida, la despedida ...
Tengo que correr, tienes que correr a toda velocidad a toda velocidad ...


Bendito Fito. No hay más que decir