miércoles, 25 de marzo de 2009

Línea Recta

I.

Cualquier control, por efectivo que parezca, siempre tiene una debilidad – pensaba Librado que, de alguna forma, el asunto no le parecía novedoso. Una y otra vez realizaba la misma prueba, revisando los movimientos en los papeles contables. La falla no era evidente y resultaba sencillo y poco notorio tomar aquellos fondos, abrir una cuenta bancaria con documentos falsos y disfrutar la tranquilidad que el trabajo nunca pudo otorgarle. Con cincuenta y pico de años en la espalda, sabía que su fin laboral estaba cerca después de más de dos décadas de analizar cuentas. Sabia, además, que ya era el tiempo adecuado: una vida completa dedicada a salvaguardar los activos de la empresa y todo para estar a punto de ser sustituido por alguien más joven (Sangre nueva,Librado. Sangre nueva). Lo había soñado una noche antes: ¿Sabes lo feliz que es la vida gastando unos verdes por el placer de hacerlo? ¿ Sabes lo que es dejar de ser gris?- Verónica preguntaba sentada al piano mientras tocaba el Allegro deciso del Concierto No. 2 de Franz Liszt. Fue una señal. No lo pensó dos veces. Aún no estaba convencido, pero considero el evento como profético

Jamás pudo olvidar la tarde soleada cuando restregó su renuncia en la cara de Jacinto Corcuera: ¡Vete a la mierda! ni el bloqueo del dolor en la espalda provocado por los puntapiés que el guardaespaldas en turno le aplicaba, ya en el exterior de la empresa.

-¡Te vas a arrepentir, pendejo!- gritaba.
- Todos nos hemos de morir algún día. ¡Pega más fuerte, pinche animal!


II.

Los primeros días fueron extraños. La rutina y la costumbre (el primer café amargo de la mañana, el cigarro en el baño, las piernas torneadas de la asistente de Jacinto) eran más fuertes que el descanso obligado. Después, ese letargo le parecía mágico, hasta enigmático. La fuerza de la hueva… lo decía y una sonrisa amarga se dibujaba en su cara. Un día, al levantarse temprano para el jogging, vio un papel pegado en el portón de su casa. “LO SABEMOS TODO, LIBRADO…TE VA A CARGAR LA CHINGADA”. Inmediatamente, observó la soledad de la calle y sintió miedo. Su primer impulso fue hacer maletas y escapar. Pidió un taxi, alistó los documentos y se dirigió al aeropuerto. Alguna vez pensó en huir cuando era joven, pero el sentimiento de pertenencia a su mundo confortable lo impidió. Esta vez sentía lo mismo y hacerlo era cuestión de vida o muerte, pero ¿A dónde escapar? El cono sur le pareció la mejor opción.





III.

La noche en Buenos Aires, la majestuosidad del Teatro Colón, Fallstaf de Verdi, la lluvia y el reflejo de las luces sobre la atmosfera enrarecida le pareció un juego divino. Eran pocos los días que había disfrutado y recordó a Verónica cuando le describía lo maravilloso de Constitución en el subte. Se sentía como pez en el agua. Era tarde cuando, avanzando su automóvil por la General Paz, tuvo una visión. Un presentimiento. Recién llego al departamento, dejó el abrigo y su eterno portafolio en el living y entró al baño. Sentado en la taza, pudo intuir lo que iba a pasar. Sonó el teléfono y no contestó. Se levantó, jaló la palanca, lavó sus manos y fue directo a la recámara. Del cajón sacó el revolver y regresó al living. Las cuatro de la mañana lo descubrieron con su vista puesta en la puerta. Entre el sueño y la vigilia escuchó el giro de la perilla. Levantó el arma y apuntó.



IV.
- ¡Te dije que te iba a cargar la chingada! Ni siquiera sabes a quién le robaste el dinero, imbécil- sentenciaba Jacinto.
- Si. Si lo sé, pero corrí el riesgo. Sí la pistola no se hubiera encasquillado, ten por seguro...
- ¡Cállate! Tienes que pagar el precio. Tienes que decidir cómo quieres que eso pase.

Un silencio. La sangre en la nariz le impedía respirar por completo. El sabor férreo en la boca y una gran decepción hizo que eligiera la manera de terminar con todo.

- Dispara…

Al momento que el tiro de gracia entraba en el medio de su frente, la última luz en sus ojos le recordó la noche que vio el resplandor de la luna llena reflejándose sobre el Mar del Plata, mientras tiraba al agua las cenizas de Verónica lentamente.

Y sonrío.

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Un refrito. Escribí esto para Desperdicio de Letras. Pronto volverá a la circulación.
Así como mi vida y mis ideas un poco oxidadas.
¿Se habrá inventado el lubricante de mentes??

Saludos mis lectores desaparecidos.

1 comentario:

Mariana dijo...

ouch! me gusto mucho el final

Besos