Alejandra ya estaba acostumbrada a sentir el vacío de la habitación a las 11:45 de la noche. Las manecillas del reloj de péndulo empezaba a recorrer el último tramo de tiempo-espacio del día. El número en el calendario se desdibujaba y se transformaba en otro de díigito superior. Algunas veces, cuando la luna y sus fases lo permitían, ella acercaba el taburete del peinador hacia la ventana y se sentaba a obsevar el paisaje suburbano, el vestigio de la presa seca refeljando en algún charco rebelde las luces de la planta porcícola y su hedor característico. Esa parte de la ciudad era dividida por un gran cerro y ella vivía en el lado más desolado. Estaba afuera de la ciudad sin estar. Dominaba desde su vista el tránsito rápido de los camiones de pasajeros y los traileres cargados de gasolina, de víveres o de maquinaria para el campo. De alguna forma esa vista le recordaba la ventana donde dominaba el mar de esa ciudad porteña donde nació por un accidente geográfico y donde se vio obligada a vivir por diferencias familiares a cargo de los abuelos. El mar, como en esa noche, brillaba de forma singular y de alguna forma el paralelismo le provocaba cierta ternura al ver las luces a lo lejos, como los barcos en época de pesca. El malecón colorido y la playa a pocos kilometros. El tiempo de verano y las quemaduras por exposición al sol. El carnaval cada vez más loco y ajeno a las cosas que mencionaba su Pastor en la Iglesia. La afición cautivadora a la lectura de la verdad, la única verdad. Pensó, en esa noche, que no había ejemplo de soledad más grande que un solo universo. Ni siquiera la soledad del mar que es acompañada por una inmensidad de algo. El universo es solo y nada más. Es el juicio más alto en la lógica humana.
La noche invadía otra vez en su mente el pensamiento de abandono. El mar no reflejaba las luces, los barcos salían poco de pesca. El tiempo dividido y una larga sequia seguida por un año de inundación cambiaban los estados de ánimo. Y él se había ido. La sensación y el universo le ponian tinta a su pluma especial y recordaba y escribía poemas a los que pocos tuvimos acceso. La rabia mostraba su lado más tierno: unos ojos implacables mirando al horizonte. Y ella ya no era ella, era el tirón que producía un esalofrío en su cuerpo y movía la máquina de articular palabras y escudriñaba su mente hasta dejarla sin palabras, en forma de poesia y afirmaba que su nombre lo tenía un país del mundo. País del universo.
Pocos lo pudimos ver. Pocos la podemos leer.
3 comentarios:
que bello a quedado mejor no podia estar gracias amigo es muy lindo su escrito :) usted tiene un divino don save que dios lo vendiga... y siga escriviendo tan lindo bessitos..
bello demaciado bello no podia aver quedado mas perfecto es usted un artista DOS LO BENDUGA x ese don que le a dado felicidades y que siga escriviendo x siempre amigo bessitos y muchas gracias desde mi corazon ;)..
siii... que dos te benduga!!!
jajaajaj sorry no lo pude resistir!!
no lo publikes
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