domingo, 15 de agosto de 2010

Lo dulce de la sal del mar.

La última que tuvo esa sensación fue cuando de repente, en medio de la playa, la ola lo alcanzaba y lo mojaba estando acostado en la arena. Fue pasar de un estado de confort a una ruptura helada que paralizó hasta sus huesos. Más o menos era eso y aún más. La hora ya estaba pasada del punto. El nervio a tope, eliminando las cosas que pudieran salir mal, eliminando los riesgos. Alguien le preguntó, hace algunos años, cuál era la diferencia entre una casa y un hogar (house or home). La diferencia estaba a punto de conocerla.

Tiempo después, dentro del mar, Librado sumerguía su cabeza y su cuerpo se aferraba en el centro del placer más etéreo que la vida le había puesto, y acercaba sus labios a las imperfecciones más borrosas que el mar y la sal le dejaban ver... una sensación más dulce dentro de ese entorno salado le dictó que la misión se estaba concretando y que era hora de salir por un poco más de oxígeno a la superficie, para después zambullirse nuevamente.

La arena no dejaba de raspar sus rodillas. NI a ella su espalda.

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