Hubo un momento, después de que expuse los argumentos de la situación, después de despertar las viejas inquietudes y de encerrar en un círculo los porqués y los azares del tiempo, después de inocular el virus al corazón enfermo y hacerlo despertar como una resucitación masiva, la vacuna y el émbolo, después de afirmar que el amor y la suerte se conectan indirectamente, después de desmenuzar la idea y de recordar que los lunes son las despedidas de los domingos, después de demostrar que los veranos pueden ser demasiado cortos y fríos, después de tirar la envoltura de la caja que guarda lo más profundo de los secretos, de encontrar su llave y de abrir para que pusiera su mano dentro de ella para que sacara el que quisiera, el de las notas rojas y verdes, el que le dice que había algo entre nosotros que hacía que nos rompiésemos en dos, en veinte, en setenta, en mil momentos, después de que supuse que la luna había ganado la batalla por la permanencia en el cielo en noviembre, después de que mire sus ojos y descubrí un destello de opacidad triste, duro, enterno e intenso, después que deshojé la flor perdida cuando, después de mucho tiempo de búsqueda, la encontré en lo más profundo de su alma, después de la mala hora, después del silencio obligado del grito, después del todo y la nada, después de que el amor dictó su condena eterna y de vivir sus horas más cruentas por ella, miró alrededor y a su reloj también:
- Hace tiempo que ya no lo hago. Hace tiempo que ya no lo siento.
Después de todo, de esos últimos días que sumaron el mejor cápítulo de la novela, la vida pasó su factura y en ese momento la pagué sin dejar propina y me alejé y me perdí en el lugar donde se pierden las cosas que se amaron y se olvidaron y que siguen estando ahí sin estar .
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