En un cuarto blanco.
En un vuelo sin esacala del norte hacia el sur.
En una cueva.
En lo más escondido de la sierra.
En una banca del parque astral.
En la luz de la estrella que vigila de noche.
En el Mi sostenido inexistente.
En la cuerda universal que nos une y nos desune.
En el sabor de la saliva.
En el color de los sueños.
En la mente del perro y en la risa siniestra del gato.
En el sonido que se forma en medio del silencio.
En el cuarto menguante de la luna.
En la opresión y el desengaño.
En las sombras que dañan el alma.
En el líbido, en el secreto más escondido.
En la magia de llenar páginas sin sentido.
En el acto de mover, correr y respirar.
En la Historia y sus errores.
En el sustain de una guitarra distosionada.
En el fuego que calcina lo que antes eran ideas.
En la ecuación inequívoca de la verdad.
En el encuentro religioso de las palabras.
En lo más oscuro de mí donde se encuentra lo más luminoso de tu voz.
En lo más directo, en lo más vivo.
En el último centavo que has ganado y gastado.
En el último cuerpo que he acariciado.
En el vicio más oculto.
En las diferencias intangibles entre el cielo y el infierno.
En la vida de la muerte en vida.
En el frío del trópico, en el calor del ártico.
En el pecado y la redención.
En la escuela y en la calle.
En la lengua y en los dientes.
En el cuello y en el pecho.
En la hora que pasa.
En el concepto trascendental.
En el incosciente colectivo.
En el aleph y en el cenith.
En el más y en el alfabeto.
En la línea telefónica que nos une y desune.
En el espejo en el techo.
En cada uno de los puntos en que observas.
En cada moda, en cada tendencia.
En cada risa gastada.
En todo lo que se destruye.
En todo lo que piensas existe un eclipse que lo rompe, lo llena todo.
Septiembre 2001.
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