El frío en el despacho aumentó en el amanecer. Era invierno y sábado. La mañana me encontró sentado en el escritorio, frente a mi computadora y realizando el trabajo pendiente para dejar todo arreglado en mi ausencia y viajar. Supe que su salud no era óptima, pero jamás creí que fuera tan rápido y sorpresivo su deterioro. El día anterior Berenice marcó y me dio un panorama poco alentador.
-Deja todo y ven. En estos momentos todo puede pasar y le haces falta. Apúrate. Puede que alcances…
-Sí, no te preocupes. Vuelo en cuando pueda.
Entre papeles y el sueño, antes de las siete, sonó el teléfono.
-Librado. Es inútil. Acaban de desconectar los aparatos. No hay remedio…
-¿Está consciente?
-Pidió hablar contigo.
-Acerca la bocina...
Un silencio. Una respiración cortada.
-Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verterla a tus pies… Sombras nada más, entre tu vida y mi vida…- canté
- Librado, todo fue posible. Me hiciste falta.
-Tú también a mí. Ayer me acordé de muchas cosas…
-Yo también. Te soñé…
-No he podido encontrar boleto para viajar. La Navidad…
- Yo lo sé. Yo lo sé… tengo que decirte algo…
-No hables… escúchame…
-Sé feliz, Librado. Nada es tan importante como ser feliz…
-Lo sé; claro que lo sé…
-Leí lo que publicaste en El Peregrino. Muy triste… demasiado.
- La tristeza es un sentimiento eterno, la felicidad sólo llena los huecos.
- El círculo no es cuadrado… hace rato me desperté y estaba soñando que te decía esto: encuentra al pez, no te pierdas en colocar el cebo…
Un silencio. Una exhalación.
En la bocina se escuchó el llanto de Berenice y el golpe del teléfono en el suelo. En la ventana se veía la nieve que caía de pronto y cerré los ojos.
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Queridos tres lectores menos uno:
Este es mi último relato en Metatextos. El ejercicio Momentos Finales.
Cuando lo escribí tenía en mi mente a Carl Sagan... no sé por qué...
In memoriam de Maclovia, mi abuela.
Bendiciones.
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