Posiblemente, los últimos veinte minutos de un partido de futbol sean los más intensos. En ese tiempo el rumbo de las cosas puede cambiar, a diferencia de otros deportes de competencia. Su equivalente en el beisbol es la séprima entrada. Los últimos veinte minutos de una clase son pesadísimos y más cuando llevas casí doce horas dando materias. Los últimos veinte minutos de la hora de la comida son letales, sobretodo si el tráfico en la hora pico es insufrible.
Hubo una vez, que en veinte minutos el resto de lo que fue mi vida se decidió. Pasado, ya.
No hace mucho, hubo veinte minutos donde unos ojos se encontraron en la misma dirección y que sin quererlo esos veinte minutos hicieron que la noche se convirtiera en intensidad, que las madrugadas se convirtieran en los testigos de la huida, que los días fueran nada más en pasos y que las cosas dejaran de ser las mismas.
Veinte minutos que se han convertido en horas, días y meses de sensaciones y pensamientos. Veinta minutos que han roto el esquema.
Veinte minutos, en promedio, para escribir lo que siento.
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