A todo el público lector de este espacio, hay una noticia que quiero comunicarles.
LIBRADO MANRIQUE HA MUERTO.
Los mantendré informados.
Saludos
Luis M.
Una rápida mirada a un saco de huesos de más de treinta que ha vivido toda la gama de consistencias y texturas que ofrece la vida
viernes, 29 de enero de 2010
martes, 19 de enero de 2010
Debería.
Noche.
Pasaba rápida cuando más lento la luz fluía.
Dos lunas menguantes en su cara,
sanidad y arena bajo sus pies.
Día.
Pasaba lento cuando más rápido se agolpaba el sentimiento.
La nota más aguda de un violín
era la forma de describir su ser.
Noche.
De calor en el frío y de frío en el calor,
de permanecer perdido
en una pequeña habitación.
Día.
No había uno sólo en que las nubes
tomaran diversas formas.
El sol las amoldaba a su capricho.
Noche. Día.
Debería haber puesto distancia
entre esto y aquello.
Debería y ahora
no quiero perderlo,
aunque la piedra se agite
en los ciclos que se forman
en la superficie del agua
mientras ella se hunde.
Debería, incluso, dejar
de hacerlo.
Debería, además, ya no
tener la necesidad de hacerlo.
El cuadrado está perfecto,
los planos trazados,
el plan de vuelo revisado,
las diferencias conciliadas.
Noche.
Es la primera de las últimas que pienso en ella.
Día.
Es el primero de los últimos que alabo al silencio.
Noche.
Concreta
Día.
Abstracto.
Debería incluso limpiar el espejo,
sacar lo de adentro,
cambiar los zapatos
y seguir los caminos.
Pasaba rápida cuando más lento la luz fluía.
Dos lunas menguantes en su cara,
sanidad y arena bajo sus pies.
Día.
Pasaba lento cuando más rápido se agolpaba el sentimiento.
La nota más aguda de un violín
era la forma de describir su ser.
Noche.
De calor en el frío y de frío en el calor,
de permanecer perdido
en una pequeña habitación.
Día.
No había uno sólo en que las nubes
tomaran diversas formas.
El sol las amoldaba a su capricho.
Noche. Día.
Debería haber puesto distancia
entre esto y aquello.
Debería y ahora
no quiero perderlo,
aunque la piedra se agite
en los ciclos que se forman
en la superficie del agua
mientras ella se hunde.
Debería, incluso, dejar
de hacerlo.
Debería, además, ya no
tener la necesidad de hacerlo.
El cuadrado está perfecto,
los planos trazados,
el plan de vuelo revisado,
las diferencias conciliadas.
Noche.
Es la primera de las últimas que pienso en ella.
Día.
Es el primero de los últimos que alabo al silencio.
Noche.
Concreta
Día.
Abstracto.
Debería incluso limpiar el espejo,
sacar lo de adentro,
cambiar los zapatos
y seguir los caminos.
sábado, 16 de enero de 2010
Lo siguiente no es...
Cómo van cambiando las cosas en el país. Cómo los conceptos de cordialidad, amabilidad e integración se mueven de mucho a poco. Cómo las estrellas gastadas iluminan de lejos las noches interminables de frío polar. Un grado o diez abajo y la gente modifica su modus vivendi. Su modus operandi. Todo se vuelve más lento. La mente se mueve más rápido que la articulación de palabras. Toda la extrañeza encaja en una realidad temible. Se hace tarde y no llega el cambio. Se tumban las cosas, las puertas se cierran. Lo que es aparente se queda enclavado en el corazón de la sinrazón. Todo el tiempo se pierde y todo para ganar algo que no es lo que quieres pero es lo más conveniente. Lo más inconveniente nos encierra en cuatro paredes. La inconformidad asume la dirigencia de las cosas. La gente se esconde en parapetos escudriñados. Los aviones son más pequeños. Ya poca gente viaja y viaja a fuerza. Con un nudo en la garganta la gente al ver partir a los aquellos en pasillos llenos de luz y de trámites. De identificaciones y de cambios en planes de vuelo y de clima. De divisiones elitistas donde los que pueden más allá de lo posible beben bebidas en las rocas y fuman habanos que apestan el aire y el aliento. Y todos van haciendo cosas que no quieren hacer. Siguen impulsos que no quieren parar y rompen las reglas y rompen las costumbre y mienten y muerden y empuñan armas y aprietan gatillos y manejan carros a gran velocidad y las calles que habían sido nuestras no son ahora más que ríos de sangre, cristales de auto agujerados por proyectiles y masa encefálica y corpórea por todas partes. El miedo y el sueño. La vida y la muerte juegan un cara o cruz cada amanecer. La moneda es iluminada por los primeros rayos de sol y el desierto sabe que el viento sopla en una sola dirección. Lo siguiente no es más que un desahogo de las razones de causas perdidas, del anonimato de los destellos lunares que iluminan la tierra y la mente. La sinrazón de lo peculiar.
Y seguimos respirando y pagando culpas con dinero y desencanto.
Y seguimos respirando y pagando culpas con dinero y desencanto.
domingo, 3 de enero de 2010
Estación Olvido
Jamás se piensa durante el viaje,
mientras los horarios cambian y
definen el final y el inicio de un ciclo,
entre copas que chocan y gritos de algarabía,
entre la efusividad y la resignación,
jamás se piensa en lo cruel que puede ser,
mirar por una ventana en el tren
y ver el barrido de las cosas
que están estáticas y que sólo cambian
por una luz incidental
o por un fuego accidental
o por una diferente ubicación visual
mientras el movimiento actua en el riel.
Difícil pensar durante el viaje
en que el llegar al punto destino
es empezar un nuevo capítulo
de una historia que nunca concluye
que, quizá, sea una repetición burda
de otra similar
en diferente tiempo y lugar,
con personajes desiguales
y todo lo demás constante.
Difícil es pensar durante el proceso
que sólo hay dos caminos
con un posible final,
sin camino de regreso.
El frío arrecia en el amancer,
la neblina se combina con el hastío.
Nadie vaga en el andén
de la Estación Olvido.
Agridulce sensación
el recorrido se ha cumplido
yo sólo bajo del tren
en la Estación Olvido
Y hoy como ayer,
tú y yo no somos los mismos.
La lluvía moja mis pies
en la Estación Olvido.
mientras los horarios cambian y
definen el final y el inicio de un ciclo,
entre copas que chocan y gritos de algarabía,
entre la efusividad y la resignación,
jamás se piensa en lo cruel que puede ser,
mirar por una ventana en el tren
y ver el barrido de las cosas
que están estáticas y que sólo cambian
por una luz incidental
o por un fuego accidental
o por una diferente ubicación visual
mientras el movimiento actua en el riel.
Difícil pensar durante el viaje
en que el llegar al punto destino
es empezar un nuevo capítulo
de una historia que nunca concluye
que, quizá, sea una repetición burda
de otra similar
en diferente tiempo y lugar,
con personajes desiguales
y todo lo demás constante.
Difícil es pensar durante el proceso
que sólo hay dos caminos
con un posible final,
sin camino de regreso.
El frío arrecia en el amancer,
la neblina se combina con el hastío.
Nadie vaga en el andén
de la Estación Olvido.
Agridulce sensación
el recorrido se ha cumplido
yo sólo bajo del tren
en la Estación Olvido
Y hoy como ayer,
tú y yo no somos los mismos.
La lluvía moja mis pies
en la Estación Olvido.
Divertimento.
Escribir en automático siempre ha sido una diversión. Describir estados de ánimo con frases rebuscadas, frases simples o sin nota, sin tinte. Eso es interesante. Escribir palabras a tontas y a locas. Medir la fuerza de las palabras con la tensión que provocan cada una de sus letras. Escribir como destapando coladeras en Nueva York. Esas si tienen estilo. No como las coladeras del Distrito Federal. Destapar esas coladeras es un acto de salvajismo puro. Más allá de lo extremo. ¿Habrá algo más disgustante que el olor a coladera hirviendo? ¿A rata muerta y a metano? No dista mucho de lo que se respira en el aire. De hecho, cuando aterriza el avión en la Ciudad de México, baja entre una nube-nata gris tristeza y café sepia-verduzco desesperanza. Algunas nubes se forman con la figura de un esqueleto humano, esqueletos de perro. Lluvia ácida que corroe el techo de los autos, los edificios históricos que se hunden en el lago materno, cuna de nuestra civilización.
Hablar en automático es de locos. Escribir en automático conlleva locura y un gran defase de sentimientos. Es como la champagne que está por desbordar cuando se destapa la botella. Es como esperar algo que va a llegar y que no te mueves para asegurarte que sucederá. Es como ver el agua caer en cascada hacia un rio que no lleva a ninguna parte.
Hablar en automático es de locos. Escribir en automático conlleva locura y un gran defase de sentimientos. Es como la champagne que está por desbordar cuando se destapa la botella. Es como esperar algo que va a llegar y que no te mueves para asegurarte que sucederá. Es como ver el agua caer en cascada hacia un rio que no lleva a ninguna parte.
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