jueves, 17 de junio de 2010

Simultáneo. (2005)

 

Parte 1

            El Sol. Sí. El Sol me había quemado los ojos poco a poco y no es que haya sido del todo agradable. Simplemente me quedé pensando en lo poco y en lo mucho que se necesita saber para poder sobrevivir en esta vida; tan así que se me olvidó cubrirme el rostro; pero valió la pena la tostada ocular: los brillos interminables de luz a través de mis pupilas dilatadas; la explosión multicolor multiforme multiplicada por mil y la expansión del ancho de banda del espectro fue lo más hermoso de ese día.

         Y de igual forma, me dio por correr. Correr por lo largo de aquel parque hasta cansarme. Mi lengua arrastraba reseca y jadeante buscando alguna sombra o algún charco para refrescarme, pero no había nada. Seguí caminando sin rumbo fijo, sintiendo el aire sobre mi lomo y cuidándome de unos niños que ya se aproximaban con palos y piedras para hacerme pagar por haberme cruzado en su camino. Sin dar tregua a mis ideas, huí de aquel sitio atravesando rosales y árboles recién plantados; pisé una placa de cemento donde mis patas se plasmaron para siempre y me detuve antes de encontrarme adentro de la vorágine de autos que rechinaban sus llantas y sonando los claxon para avisarme de mi tremendo error. Mis instintos animales me ayudaron a esquivar el primero y luego el segundo auto para quedar debajo de un camión de pasajeros y de frente a lo inevitable.

            Sólo sentí el golpe y en realidad no sentí dolor. Sólo pensaba en que algo grave me había ocurrido. La inmovilidad de mi cuerpo era preocupante. La frescura de mi sangre contrastaba con el ardiente pavimento que estaba manchado con el viscoso líquido. Como pude me arrastré con mis patas lastimadas hasta refugiarme nuevamente en el parque. Los niños ya no reían, sólo observaban lo duro de la escena. El más gordo de ellos se acercó y dijo: “Miren, mírenlo… ¡Qué animal tan tonto y feo! “  E inmediatamente asestó un golpe en mi cabeza.  Lo más curioso es que cerré mis ojos y sucedió lo más improbable: los brillos interminables de luz a través de mis pupilas dilatadas; la explosión multicolor multiforme multiplicada por mil y la expansión del ancho de banda del espectro. Y si, fue lo más hermoso de ese día.







Parte 2
“Te amo con este amor que dudo mucho poder tener”.

 Sempiterna Lucrecia:

            Es demasiado ridículo empezar a escribirte una carta con un adjetivo que denota eternidad. Y cómo no dejar eternizarte si con tus ojos lo dices todo. Es inevitable. Por ejemplo, te estoy escribiendo desde un parque donde no pasa nada y pasa todo: el Universo se construye y se destruye sin que las personas se den cuenta. Y esto sí ha sido eterno. No sé por qué te escribo desde dónde te escribo. Otras ocasiones te he escrito desde un tren; desde el desierto y en un vuelo a San Diego.  Te he escrito desde mi habitación apoyado en la mesita de noche; desde una Biblioteca en Guadalajara y desde un hotel en Tijuana. En el baño de un bar marqué tu nombre. En los vidrios cubiertos de neblina en  Las Cruces y, hoy, en una banca desvencijada de este parque en donde el calor es insufrible. La blancura de la hoja de papel hace que la luz me lastime como si dos agujas se clavaran en mis ojos: los brillos interminables de luz a través de mis pupilas dilatadas; la explosión multicolor multiforme multiplicada por mil y la expansión del ancho de banda del espectro. Es verdad. Cada lugar ha dejado parte de su esencia en cada carta que te he escrito. En cada momento en que la idea de tu vida ha evolucionado y se ha reconstruido y conformado en la forma de un círculo. Al igual que en un Cenit, puedo decir que en esta banca convergen todos los puntos de mi límite superior. Es la pendiente  de mi tangencia en la que me puedo deslizar como pez en el agua. Llevo aquí horas tratando de elaborar un esquema para tratar de definir con palabras lo que realmente siento. Definirlo como sólo amor sería un crimen. Tan difícil es definir lo intangible y abstracto en palabras que puedas leer. Sería necesario definir los colores del sol cuando sale a las 5:45 a.m., la estela que deja el avión que pasa a gran velocidad, la soledad que se forma cuando cuelgas la bocina del teléfono, cuando todo se desdibuja. Cuando mencionas a Nietzche y mis faltas de ortografía. Cuando brillas más alto que el Sol y la Luna en mi cielo de noche. Cuando alguien pasa despacio y se observa en el reflejo del ventanal de mi oficina y detenidamente escudriña cada centímetro de su ropa, esperando conservar la esperanza y la fe en algo o en alguien. Cuando manejaba a tu lado por la carretera y seguía pensando en ti cuando seguías ahí. Cuando me doy una idea de lo que habrás hecho años atrás, mientras estaba muerto y renacía cada día sin conseguirlo. Cuando se apaga la Estrella en la Montaña y cierro mis ojos y escucho tu voz… Esto no puede seguir así.  Todo se ha ido. Sólo queda un grupo de niños que se encuentran reunidos y asustados y uno, el más gordo, deja caer un bate al suelo estrepitosamente y corren. Me acercó y lo que ví, haya sido lo que haya sido, no se moverá jamás.

Y este ha sido uno de mis mil días sin ti.

CSC.

Parte 3
En el amor siempre hay algo de locura, más en la locura siempre hay algo de razón.  
Friedrich Wilhelm Nietzsche.
            Aunque fue muy difícil logré ponerme en pie, para luego caer inevitablemente en el vacío sin retorno. Y mientras caía las luces no me dejaban ver hacia donde iba. De pronto, me detuve en seco y  mis manos se quedaron heladas. Fue ahí donde las explosiones multicolores me dieron la sensación de seguir vivo y de estar luchando. Y tan difícil fue aquello que decidí no despertarme por completo, aunque El Sol  me daba en la cara. Poco a poco mis articulaciones se fueron construyendo y una gota de sudor resbaló por mi sien. El zumbido en mi interior me dictaba lo mismo; la misma dosis en las mismas proporciones; respirar el mismo aire; fumar y beber; comer lo que sea y esperar la noche para recibir nuevamente un día.

            “Algún día haré que regresen. No se pueden haber olvidado de mí. Son todos, ellos y yo. Somos todos. Lo saben y no me lo quieren decir. ¡ Somos todos! … pues ¿Dónde están?... ¿En dónde se perdieron estas calles? ¿Mis calles? No. Las de ellos y las de los otros. Aquellas donde podía andar libremente; donde alguna vez dibujé con spray “Hasta la Victoria siempre” ¿Qué queda ahora? Manchas. Sólo manchas oscuras y este dolor en el estómago. ¿Te preguntas a dónde me fui? ¿Te preguntas en dónde me quedé? Había un mago que veinte años antes lo pudo contestar con los brillos interminables de luz; con  una explosión multicolor que se rompía como una burbuja  de jabón, en la que se veían mis mejillas redondas y desproporcionadas. ¿Sabes quien era el mago? Yo jamás lo supe, pero él estaba ahí. Así como yo estoy aquí sin estar. Y ellos tampoco están. Hace años que dejé de pertenecerles. Ahora, ellos salen y entran de mi mente como Juan por su casa y hacen y deshacen lo poco que queda de mis ideas. Sólo absorbo lo que ellos me dejan y guardo lo mejor para otra ocasión. Y grito: sí tan sólo pudiera golpearlos. Sí tan sólo pudiera darles un puñetazo y  romperles la nariz. Y nadie escucha, Y ya no me acuerdo de cuando me fui, ni cuando sangraron mis manos, ni cuando se acabará esto. Lo que si recuerdo es que cuando era niño tuve una visión que apenas pude percibir en el rabillo de mi ojo, pero, al voltear mi cabeza para observarla, desapareció. El niño creció, los sueños se esfumaron. Algún día haré que regresen…”

            Sí. Aunque fue muy difícil logré callar esas voces en mi interior y avanzar por el prolongado parque. No sé que tanto avance pero me  costó trabajo llegar a la sombra del árbol más grande. Al dejarme caer, algo en mí se rompió. Su forma amorfa, la carne abierta, la sangre derramada, la lengua de fuera y su expresión estaban por el lado oculto del árbol. No hubo más. Nadie vino y nadie me vio. Sólo, a lo lejos, la ciudad y sus mismos misterios. Y ya se hacía de noche cuando decidí tomarlo entre mis manos y aventarlo, pero opté por  enterrarlo y enterrarme yo igual. Aunque ya no importe, aunque sea tarde, aunque alguna parte de mi cerebro ya no funcione, aunque no pueda gritar ni soñar, el fuego en mi interior hace que avance por este sendero de locuras ordinarias.

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Un escrito de 2005. Febrero o Marzo de ese año. Rescatado del baúl de los recuerdos que quieres olvidar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

LAMENTABLE MENTE HAY RECUERDOS QUE POR MAS K KIERES OLVIDAR CADA DIA SE HACEN MAS PRESENTES.. ES INUTIL PELIAR CON ALGO K SACAS DE LA MENTE PERO DEJAS EN EL CORAZON...KL