jueves, 28 de mayo de 2009

Precuela


La pantalla se ilumina lento. El blanco y negro sigue provocando asombro al Director.

Esta suma de primeras veces le había enseñado a Rey Pérez que los procesos creativos menos pretenciosos suelen ser los más decorosos.

Lo onírico de los días de este último año le daba las señales a seguir. Una noche decidió escribir el inicio. Durante ocho horas nadó en ese caldo de cultivo.

En medio de esa intoxicación extática, una voz le decía: No puedes culpar al viento de deshacer al diente del león ni de esparcir sus partículas en el aire. De alguna forma, ahí se encontraba el fondo de la historia.

A las 5:59 a.m. de un 13 de junio, el milagro aparecía otra vez.

Rey tuvo la misma sensación: estar viendo en la pantalla un submundo al otro lado del espejo. La sangre se agolpaba en sus sienes.

Rey, siendo el niño gordo de mamá, tomó la cámara Súper 8 y filmó la siesta del abuelo horas antes de fallecer. Estableció una conexión entre la lente y el destino. Ahora lo quería redescubrir.

El inicio: la cuenta regresiva en la pantalla para ver el viaje de la cámara: el planeta, el país, la ciudad, el barrio, la calle, la casa, la ventana, la cama, la cabeza sobre la almohada, el ojo izquierdo, la mente...

Abría el cuaderno y caía una nota:
Estabas en el recuerdo y estás en el presente imperativo de estos días donde el sol lanza alfileres e incendia cenizas.

El sonido del bandoneón y el piano y la letra conocida escrita en el papel lo transportaba a su lado más sensible.

Incendiario puede ser un adjetivo criminal y abyecto- exclamaba

En un momento en que nadie le prestaba atención, lloraba mientras la música de entrada del
filme retumbaba en el foro vacío.

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Mi último ejercicio en Metatextos. Microficciones.
Cuento dedicado a José Luis Zarate.

Saludos y Bendiciones

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