Escribir en automático siempre ha sido una diversión. Describir estados de ánimo con frases rebuscadas, frases simples o sin nota, sin tinte. Eso es interesante. Escribir palabras a tontas y a locas. Medir la fuerza de las palabras con la tensión que provocan cada una de sus letras. Escribir como destapando coladeras en Nueva York. Esas si tienen estilo. No como las coladeras del Distrito Federal. Destapar esas coladeras es un acto de salvajismo puro. Más allá de lo extremo. ¿Habrá algo más disgustante que el olor a coladera hirviendo? ¿A rata muerta y a metano? No dista mucho de lo que se respira en el aire. De hecho, cuando aterriza el avión en la Ciudad de México, baja entre una nube-nata gris tristeza y café sepia-verduzco desesperanza. Algunas nubes se forman con la figura de un esqueleto humano, esqueletos de perro. Lluvia ácida que corroe el techo de los autos, los edificios históricos que se hunden en el lago materno, cuna de nuestra civilización.
Hablar en automático es de locos. Escribir en automático conlleva locura y un gran defase de sentimientos. Es como la champagne que está por desbordar cuando se destapa la botella. Es como esperar algo que va a llegar y que no te mueves para asegurarte que sucederá. Es como ver el agua caer en cascada hacia un rio que no lleva a ninguna parte.
2 comentarios:
pues con que ese rio no termine en las coladeras de la ciudad de mexico... ;) Saludos. entretenido ejercicio.
escribir en automatico.... a mi me gusta, me gusta quiza porque trae algo que no esta pensado solo sentido...
saludos!
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