miércoles, 12 de noviembre de 2008

Un avance del NanoWrimo

Para mis lectores más fieles, un avance de la novela INSENSATEZ.

NANOWRIMO 1

Librado miró el mar por enésima vez esa tarde. El sol se escondía por el horizonte y recordó la última vez que en el verano sintió las cálidas aguas en sus pies, en sus piernas y recordó, sobretodo, la hinchazón que un agua-mala le hizo en la nalga izquierda y la tremenda cantidad de hielo que tuvieron que utilizar para curarlo. La nostalgia lo invadió de repente y pensó en las únicas tres veces en que el mar se imponía en su mente como una magnificencia:

En el ferri de Cancún a Isla Mujeres , con el cielo de noche, el sonido de los motores de la embarcación y del mar abriéndose al paso de la máquina con sus cientos de carros abordo, y la gente en la proa viendo la inmensidad y el vacío del color negro de la noche como un velo que se corría en cada milla náutica que avanzaba el acorazado. Librado era un niño gordo y cachetón que usaba una gorra de boy scout verde. La rapidez de la nave y lo eclipsante del momento hizo que por un momento Librado se perdiera en sus pensamientos como casi siempre sucedía cuando escuchaba una canción o comía un pedazo de pay de piña o cuando experimentaba esa sensación que le recorría la garganta, el esófago y llegaba al estómago revolviéndose con un escalofrío electrizante en todo su cuerpo cuando pensaba que un día iba a ser adulto y que posiblemente, dentro de diez o quince años, a esa misma hora, pudiese estar con la mujer de su vida y muerte y que pudiesen viajar por ese mar que, ahora, se tragaba su gorra porque el viento la había volado de su cabeza. Al ver el punto verde que desaparecía en fade out a la nada oscura se imaginó a ese mar de la noche como un monstruo devorándose una luneta y sintió miedo. Se quedó de pie un buen rato hasta que la sensación pasó por completo.

-Librado… ¿y la gorrita?
- Se voló, mamá.
-¡Ay, Libre! Nunca cuidas tus cosas. Llegando a Isla Mujeres te compro otra.

Y así eran las cosas siempre fáciles para Librado. Un juguete nuevo, una pelota, un caramelo, otro plato de comida, una mala calificación, un pleito en la escuela hasta que descubrió que conseguir lo que se anhela es más difícil que concatenar palabras para un discurso o luchar contra corriente por lo que uno cree. Inevitablemente, recordó lo que no había conseguido por méritos propios y deseó con vehemencia que ella estuviera con él en ese momento. Un día, llegando de la escuela, dijo:

-Mami: ¿Cómo hago para que Rosy sea mi amiga?
-¿Rosy? ¿Quién es Rosy?
-Una niña que tiene ojos bonitos…

En esos días, Librado se dio cuenta de tres verdades: las mujeres no eran bombones que mami daba de postre, los niños eran crueles cuando golpeaban y que las niñas siempre prefirieron al más hábil en el deporte, en las peleas y que no importaba la inteligencia. No podía negar que esa humillación lo marcó de una manera triste, pero solía reír después cuando recordaba la golpiza que le propinó “Davicito” a su nariz, que años después derivaría en un cuadro de tabique desviado, rinitis y múltiples intentos fallidos por restablecer la confianza en sí mismo durante los años de su niñez.

-Tenían razón, pero al menos conseguí una foto con ella

La tercera fue que hay cosas que debes contarlas a mamá y otras a papá, pero la mayor parte a ninguno de los dos.

-Librado, estás pensado en niñas y ni siquiera levantas tus juguetes. En vez de preguntarme cómo le haces para que esa mocosa sea tu amiga, deberías decirme “Madre, ¿En qué te ayudo aquí en la casa?”

-Esther, deja en paz a Libre. ¿No ves que está enamoriscado?- Reía papá mientras llevaba los platos a la mesa.
-¿Enamorado?, si todavía se orina en la cama.
-¡No es cierto, mamá! ¡Se me cayó el jugo de piña en la cama!
-No es cierto, Librado. Te hiciste pipí…
-¿Es cierto eso, hijo?
-No papá. Se me cayó el jugo, pues…
-Eres un mión... eres un mión
-Ya, papá. Ya.
-¿Papayá? No. Papaya.
-Déjame en paz.
-Hijo, mañana cómprale un dulce y dile que quieres ser su amigo. Fácil y sencillo. En serio. Pon la sal y las servilletas, mión.
-¡Papá!

Lo peor de todo fue que después de la golpiza que el niño-engendro le puso, Librado sentía algo más fuerte por Rosy. Con la camisa llena de sangre y mirándola a los ojos le dijo:

-¡No importa, Rosy, lo que me duele más es este gordo corazón! ¡Te quiero…!

Rápido llegó el fin de cursos y las vacaciones a la vuelta de la esquina. Por eso, esa noche en el ferri, Librado ya no era el mismo, al menos por dentro y el mar le revelaba una mezcla de sentimientos encontrados y lo llevó a pensamientos sobre su futuro: ¿Qué era? ¿Qué era el tiempo? ¿Quién decide apagar o prender la luz en el alma? ¿Qué es la vida? ¿Por qué el abuelo había fallecido? ¿Quién lo había decidido?... hay preguntas que definitivamente los padres nunca saben contestar convincentemente o no deberían, más bien, y la respuesta se encuentra inherente en donde surge cada uno de esos cuestionamientos.

-Librado, qué te lo diga tu papá…
-Librado, qué te lo diga tu mamá…
-¡No mames, primo! Déjame jugar Intelevision.

Esa noche el mar tenía la solución a los cuestionamientos, pero lo hacía planteando otros. Y esa fue la tónica del por qué el mar le resultaba enigmático, magnificente y complejo.

La segunda ocasión, Librado descubrió que el mar de Acapulco no le gustaba, pero había algo que le dictaba que esa latitud marcaría su vida. A diferencia del mar del Caribe, esa parte del Pacífico le resultaba nauseabunda: pañales sucios, basura, descargas de aguas negras de los hoteles llenos de turistas de diversas nacionalidades literalmente flotando sobre un paisaje gris, despidiendo un olor desagradable y miles de personas caminando por la Costera Miguel Alemán, sobre todo en la noche cuando la acción en el puerto cobraba vida y cambiaba su fisonomía. El mar ocultaba sus destierros y regalaba el reflejo de las luces multicolores: la de los estrobos intermitentes, la de los neones chillantes y fosforescentes; aquellas que salían de las casas de Las Brisas y aquella que giraba desde el faro el cuál iluminaba la habitación 706 del Romano’s Le Club. Horas antes, por la tarde, en la playa, Librado trato de perder el tiempo buscando una correlación de su nombre con el nombre de Raquel Moreno, escribiéndolos con una rama en la arena, mientras la gente se volvía loca en Pie de la Cuesta revolcándose con las olas que cada vez chocaban más violento en la orilla y el agua alcanzaba el lugar donde Librado estaba y borraba las letras. Inmediatamente sacó su libreta de viaje y anotó:

“Hoy dibujé tu nombre junto al mar
Para ver si así podíamos estar en la eternidad.
Hoy dibuje tu nombre en el aire
Para ver si así podía respirar más de ti…
Y fue tanto el tiempo perdido en encontrar
Sólo un signo de tu paz…
Pintaremos de luz el invierno
Pintaremos luz al infierno
Te llevaré a ese lugar oscuro
Donde sólo estemos tú y yo,
Tú y yo…”

En ese mismo momento Raquel Moreno vivía una experiencia diferente, concisa y determinante que cambiaría totalmente su vida. Aunque ella quería mucho a Librado y a sus diecisiete años cargados de adrenalina, siempre buscó algo diferente que no la asfixiara tanto como él lo hacia. Y no tanto porque literalmente le quitara el aire, sino que era un cúmulo de ideas y de cosas lo que aplastaban aquel sentimiento que lo volvía oscuro y, a veces, sin sentido. Así que dejó las complicaciones y mientras aquel hombre la besaba pensó que se liberaba de un destino sin destino; de una carta sin noticias agradables con remitente desconocido, de noches sin sentido y se dejó llevar y cayó lentamente en el abismo que la liberó. Algo realmente complejo que Librado pudo entender después de regresar de ese viaje.

Dos días antes de irse a casa, Librado pasó meditando sobre su futuro más próximo y tuvo mucho que ver el juego de luces que en la Costera regalaban los barcos de guerra que celebran el día de la Armada. La gente se impactaba con la iluminación artificial del cielo y su espejo reflejo en el mar. Era como ver dos manifestaciones por el mismo boleto y esa era la magia que el espacio regalaba. Librado pudo ver tonalidades diferentes de rojo y de amarillo. De sepia colorido y marrón tenue. El humo de la pólvora avanzaba inexorable a la multitud que no supo qué era lo que pasaba en un pequeño bote que se empezó a incendiar y que explotó con un sonoro estruendo haciendo vibrar las ventanas de los hoteles aledaños y de las casas sobre las colinas y las montañas. Alguien dijo que la casa de Rod Hudson sufrió algún daño en sus puertas. Unos gabachos dijeron que cómo era posible que sucediera eso en Acapulco. Que había una falta de organización tremenda y que en Houston eso no podía pasar. Librado, dándoles la espalda, los escuchaba detenidamente y volteó:

-Tienen razón. Es muy peligroso para ustedes, sobre todo para su cara.
-¿Perdón?
-Si. ¿Por qué no se largan de aquí? Ustedes son los que huyen de sus lugares de origen y se ocultan en lo más “curioso” y “exótico” del mundo, pero mira pendejo…
-¿Pen.. dejo?
-Si, pendejo. Has de ser un muerto de hambre en Houston y aquí con tus dólares compras todo

lo que no puedes tener allá. Así que sí no te gusta te aguantas y te callas, güero de mierda…

Lo dicho: Librado podía ser el hombre más sensible pero el más agresivo y cualquier discusión que tuviese lo hacía tambalear en su dualidad de carácter. Podía estar bien encabronado pero, después, le daban ganas de llorar como un niño. Todo esto cortesía de la sobreprotección de su familia.

En la mañana siguiente y después de haber llorado por el incidente de la noche anterior, se fue a una playa de Punta Diamante, pasando el aeropuerto. Realmente era difícil encontrar una playa virgen en toda la vorágine que era la Costera. Era increíble y el mar no apestaba. Relucía limpio y revuelto. La arena era café y había un restaurante de mársicos bien kich y barato. Al fondo una lancha para pesca estaba flotando en el mar. Librado era todo menos un buen nadador así que desde niño fue el personaje que nadaba en la orilla de la playa con esnórquel, visor y aletas. Una ocasión de tantas que fue a Caleta con su abuela se encontró a un montón de niños nadando hasta lo más hondo y tuvo ganas de hacerlo como ellos pero al momento de querer seguirlos sintió miedo al ver que ya no tocaba la arena del fondo y ya no pudo regresar tan fácil como había llegado hasta ese punto. Una niña, con un lunar junto a la boca, se dio cuenta de que Librado se estaba literalmente ahogando y se acercó prudentemente.

-…pérame… ahorita te saco.

Una ola tapó la cabeza de Librado y sintió la sal del mar quemando su garganta. Por un momento imaginó que Neptuno le hablaba desde el fondo.

-Ahora sí, Libradito… Te llevó la chingada. Prepárate a bajar al Hades. Pero antes, tienes que secarte. Pareces una sopa.
-Ni madres… yo no me voy y menos en Caleta. Posiblemente en Pie de la Cuesta, pero aquí no.
- ¡No me hables así! ¿No te das cuenta de quién te habla?
- Claro que sé quién eres. El mismo que hace todo lo contrario a proteger este mar, cabrón. Pero ¿qué tal las costas de Alaska, el Báltico o el Mar de Gabón? Eres un culero.
-¿Qué quieres? Si todos ustedes son unos salvajes… mira cómo destruyen todo. Si vieras que más adelante hay una virgen y una isla con un burro que bebe cerveza te darías cuenta de lo que hablo… qué loco es todo y la locura se combate con indiferencia y olvido.
-Chinga tu madre, Neptuno. Yo no muero aquí. A parte, tú si que eres puro pedo…

De repente, un brazo le rodeó el cuello y lo regresó a la superficie del agua.

-¡Nada de muertito…! ¡no te asustes… ya casi salimos!.

Al llegar a la orilla, la niña se montó en la panza de Librado y un chorro de agua salió por su boca.

-Niño..¿Estás bien? –preguntó la niña experta nadadora de diez años de edad y con una habilidad increíble para resolver problemas complejos para su edad. Por supuesto que le había salvado la vida a Librado: otra cosa extraordinaria que hizo Patito, como la llamaban todos los amigos -¿Cómo se te ocurre nadar hasta allá si no sabes?

- ¿Qué quieres? Se me hizo fácil.-contestaba aturdido Librado. ¿Dónde están mi esnórquel y mis aletas?

- Olvídalas, chilanguito.- respondía Patito con una sonrisa pícara que resaltaba sus facciones filipinas y su lunar.

- ¡Achis! ¿Cómo sabes que soy de allá?

- ¡No, nada más decía! Le atiné…

En eso la abuela apareció con su conjuntito bañador disímbolo corriendo con un coctel Margarita en la mano y trastabillando la voz.

-Libre… mi’jo. ¿Estás bien? Vamos al hospital para que te revisen. ¿Qué cuentas le voy a entregar a tus padres?

-No te preocupes, abuela. Todo está bien.

-En serio hasta el pedón se me bajó, Libre.

Patito se levantó, le dio una palmada a Librado en el hombre y se metió al mar. Las huellas de sus pies en la arena se formaban y se borraban cuando el agua las tapaba. Librado, recostado vio la silueta de Patito dibujarse a contraluz por el sol que le caía de frente e inmediatamente pensó en una sirena.

-Te la pelaste, Neptuno.

Librado observó que toda la gente estaba ya en la lancha y la voz de Jeannine Durán le llamaba desde arriba.

4 comentarios:

Mi pecho no es bodega dijo...

Buen fragmento L. Mario. Saluditos a usted y a Librado... ese Libre, medio intenso ¿no?

Nena dijo...

Te leo siempre, te disfruto, te encuentro y me encuentro, me dan risa las inferencias y como completan las historias, aquellos que sin saber emiten una opinión, pero bueno cada quien habla también desde su propia historia. Me gusta que escribas, me gusta leerte, sigue haciendo tus historias, sigue sanando las heridas, sigue sublimandolos sufrimiento, sigue tomando conciencia de lo real de tu vida y empieza a transformarla. Un abrazo fuerte Cocó.

Nena dijo...
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Mariana dijo...
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